jueves, 25 de junio de 2009

Limpiar y sufrir todo es uno.

Aunque es difícil que mi reputación pueda bajar más de lo que está, os diré un secreto.
De vez en cuando, muy de vez en cuando, hago una limpieza a fondo de mi casa.

No penséis que de normal no limpio.
Ya sabéis, paso la mopa, limpio el polvo, friego el suelo.
La cocina la hago todos los días, el resto, a días alternos, eso sí, sin ser un maniático de la limpieza, o sea, una cosa normal.

Pero cuando tengo que desahogarme, me pongo el plan "rambo", bueno o "mister proper", que aunque tengo pelo, por mi frente se me pueden leer todos mis pensamientos.

Seguro que a vosotros os pasa a menudo, pero a mí no, por eso me da un poco de reparo contaros esto, porque vais a pensar que al entrar en mi casa el tío del "algodón no engaña" le dio un ataque al corazón.
Pero no es así, soy limpio, pero es que a veces pienso en los lugares en donde se va quedando el polvo, y cuando mi estress supera a mi raciocinio, agarro la recortada de cristasol.

Empiezo por limpiar techos y rincones, porque soy masoquista, y quiero que toda mi casa quede inundada de polvo.
Si bajas las persianas para que el sol se cuele entre sus agujeritos, se podría rodar un thriler.

Sigo por los rodapiés, ¡menudos pedazos de hijoloyas los que los inventaron!.
Yo, que sufro de lumbagos vagos, y de menisquitis, tengo que estar de rodillas un rato y sentado otro, hasta que recorro todos los rodapiés de mi casa.
Os juro que tengo una casa normal, pero creo que de rodapiés tendré unos cientos de kilómetros a contar por lo que me cuesta limpiarlos.

Luego van los marcos de la puertas, y la parte superior de estas.
Y como cada puerta tiene dos marcos, uno por dentro y uno por fuera, pues el doble de esfuerzo.
Menos mal que soy alto y llego a limpiarlos sin subirme a escalera alguna.
Y cuando voy por el tercero (que poco espíritu de ebanista), pienso que me tengo que mudar a un loft con tres puertas, la de entrada, la del baño y la del cuarto de invitados.

Y hablando de marcos, también están los de los cuadros, pero estos los limpio más a menudo, y pongo un cariño especial, porque me gustan los que tengo, y porque siempre me quedo un rato observándolos de nuevo.

Después de todo esto, y de alguna que otra cosilla más, sigo con los muebles en general, y al llegar al millón y medio de figuritas que tengo por doquier, me dan ganas de ir tirándolas por la ventana de una en una.
Pero desisto cuando pienso que si hiciera eso, entre que cojo la figura, la tiro, se estampa contra el suelo y tomo otra, tardaría unos cinco segundos por millón y medio de figuritas, hacen un total de 86 días tirando figuritas, ¡casi que no!.

Y por último, al limpiar el cabecero de mi cama, ese de forja que tanto me gusta, me estiro y ¡zassssss!, me da el maldito lumbago.

Bueno, como ya casi había terminado de apañar mi casa, todo perfecto, varios días de baja en cama y como nuevo.
La única pega es que duele, y sobre todo, que cuando tengo que andar, parezco ese que decía aquello de "amparo, se te ha caído la fruta", no por lo feo, sino por lo contrahecho.

Un saludo torcido.

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